Una brisa cálida acariciaba mi cara, en aquella habitación donde
la magia efímera y eterna se unían para dar a luz momentos perfectos. A veces
perdemos la inspiración para plasmar lo que sentimos, pero en ese momento fluía
todo naturalmente, como si hubiésemos nacido para estar en ese preciso lugar,
todo lo que había ocurrido fue para llevarnos a ese preciso instante.
No recuerdo cuantas veces he muerto, pero en esos momentos
solo sentía como renacían las felicidades que he tenido en los diferentes seres
que he habitado. Las palabras llegaban con las intenciones más puras, tratando
de evocar los deseos que se esconden en los miedos que más ocultamos.
Pero la misma inocencia nos impedía ver los riesgos que corríamos
al no tener en cuenta lo delicado que es creer que lo que puede ocurrir en
cualquier momento de la eternidad, lo podemos controlar para que ocurra en
nuestra realidad.
No veíamos que en esos momentos dejábamos de ser nosotros,
para mágicamente convertirnos en los seres eternos que están más allá de lo que
en ese momento éramos.
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